miércoles, 20 de octubre de 2010

Ruta termal del Uruguay



Vapor, vapor hasta en la mente, hasta empañar el resto del mundo y convertir al cuerpo en una marioneta sin hilo. ¿Qué tendrá el agua caliente? No hace falta llamarse Sigmund para ver que ese bienestar de la bañera humeante, ese suspiro que se escapa de las tripas, festeja un regreso simbólico al útero materno.
Después de la expulsión del paraíso acuático que significa nacer, esa sensación queda sólo para el mar caribeño, un poco alejado de este sur. Pero hay un atajo. Amables, accesibles y cercanas, las termas ofrecen el módico milagro de alivianar la carga de los huesos –aunque sea por un ratito– en un lugar tibio.

Sus beneficios terapéuticos se conocen desde los tiempos bíblicos: contienen minerales que ayudan a curar los trastornos respiratorios, el reuma y la artritis, y mejoran la piel. Y también, sobre todo, su calorcito invita a relajar las contracturas, a flotar sin culpas, y a jugar con agua en cualquier época del año.

El primer pozo termal cercano a Buenos Aires se descubrió en 1942 en el norte de Uruguay, gracias a unos ingleses que buscaban petróleo junto al río Arapey. Medio siglo después, se encontraron aguas milagrosas en Federación, sobre el lago Salto Grande. Fue el comienzo del turismo termal en Entre Ríos; hoy, nueve complejos compiten por ver cuál relaja más. Visitar todas las opciones es una tarea para anfibios, que dejaría el cerebro derretido y los dedos arrugados, así que elegimos recorrer algunas en este corredor termal binacional.

Destinos entrerrianos

Este recorrido, a la medida de los fanáticos del volante, lo cubrimos con una camioneta Toyota Hilux que al final de recorrido se ganó un buen baño –ella también– como premio por los nobles servicios prestados.   

La tierra termal queda cerca: se cruza el puente Zárate-Brazo Largo y ahí nomás, bienvenidos a Entre Ríos. La ruta 14 –todavía bastante complicada por los camiones, aunque en varios tramos ya es autopista– nos deja enseguida en Concepción del Uruguay, a 300 km de la Capital. Allí se trabaja a todo vapor para terminar el nuevo parque termal; mientras tanto, se puede visitar la ciudad (pago chico de Justo José de Urquiza, que en sus tiempos la nombró capital provincial) y merodear por la plaza central, entrar al histórico Colegio Superior y a la Basílica, donde se guardan los restos del caudillo entrerriano. Si hay sol, el destino cantado es Banco Pelay, una larga playa de arena sobre el río Uruguay, a 5 km del centro. Y si el cielo está despejado, el aeroclub local invita a sobrevolar el Palacio San José, la urbe misma y las islas.

Seguimos rumbo al norte; a Federación, sobre el lago Salto Grande, a 478 km de la Capital. La ciudad nació tres veces: la primera como estancia Mandisoví, fundada por don Juan de San Martín (padre de José) en 1777; 70 años después, se reubicó sobre las costas del río Uruguay, ya con el nombre de Federación. En 1946, cuando se firmó el proyecto de construcción de la represa de Salto Grande, se resolvió que sería trasladada; les tocó hacerlo a los militares, a fines de los 70, quienes la dinamitaron hasta los cimientos antes de inundarla. El 24 de marzo de 1979, los vecinos hicieron un asado de despedida para su ciudad. Al día siguiente, los camiones del ejército llegaron para hacer la mudanza hacia la Nueva Federación, un lugar con la repetitiva impronta de la arquitectura militar, aliviada por los nueve kilómetros de costanera sobre el lago. Pero los restos de la ciudad vieja perviven, en la memoria de los federaenses y también en unos pocos edificios en ruinas. Dice la gente que cada par de años, cuando el nivel del agua baja mucho, pero mucho, los cimientos de las antiguas casas aparecen entre el barro. Y cada vecino va a su antiguo patio y se hace otro asadito.

A principios de los 90 Federación languidecía. Fue así que empezaron a prestar atención a la maldición del Barrio Norte: allí, en las casas de los ricos, el agua nunca salía fría. Esa “desgracia” revivió a la ciudad, y de a poco, por contagio, a todo el litoral entrerriano.

En ojotas

Y en bata, el uniforme por definición que todo el mundo luce con alegría. Las hay de colores, estampadas, con pintitas, para chicos y para grandes; trascienden las fronteras del parque termal y se ven hasta en la calle. A quién le importa: el relax no sólo es físico, sino también (y sobre todo) mental.

El parque termal de Federación, inaugurado en 1997, está rodeado de hoteles, restoranes y locales de venta de artículos para bañistas. Tiene diez piletas de entre 37° y 41°, divididas entre las de uso pasivo –pura fiaca– y las recreativas –para salpicar a gusto–, que en verano se alivian con agua fría. Cuatro están cubiertas, incluyendo una exclusiva para chiquitos y otra especialmente equipada para mayores con problemas de movilidad. Hay para todos los gustos: las menos profundas atraen a familias con bebés, y los jacuzzis e hidrojets son propiedad de los adultos. Los chicos, mientras tanto, chapotean por todas partes.

En Chajarí, unos 30 km al norte, el complejo termal es aún más nuevo: se inauguró en 2003. Está fuera de la ciudad, y la vista del horizonte rural combina con el descanso. Funciona como un pueblito de juguete, con sus opciones de alojamiento, comidas, proveeduría, camping y hasta una peluquería con mini spa. Es un lugar tranquilo, para vivir en libertad y dejar que los peques jueguen a su gusto. Por todos lados hay guardavidas atentos a evitar accidentes.

El parque tiene un diseño lúdico, con puentecitos y palmeras que se mezclan con las materas (carpas para refugiarse del sol o del viento). Hay siete piletas: dos para uso pachorro –perdón, pasivo–, una semiolímpica cubierta para nadar, una especial para personas con movilidad reducida y otra muy poco profunda, ideal para niños. Pero la vedette es la cascada artificial, que da hidromasaje a cinco o seis afortunados a la vez. Junto a los jacuzzis, un cartel: Disfrútelo, usted se lo merece. Y sí. Uno puede sentarse y conversar mientras el agua hace su trabajo en los nudos de la espalda. La gente es amable: se cede el turno y comparte tips de relajación como poné los pies así. Dicen los que saben que no conviene permanecer más de 15 o 20 minutos seguidos en el agua caliente, pero la tentación es grande.

Una villa atemporal

Después de cargar con algunos salames regionales para recuperar las sales perdidas en las piscinas, desandamos el camino hasta el cruce que lleva al puente internacional Concordia-Salto, grandioso vínculo construido sobre el muro de la represa de Salto Grande; a un lado se ve el lago y al otro, mucho más abajo, el río Uruguay.

Tomando la ruta 3 hacia el norte, en menos de una hora llegamos a las Termas del Arapey. Esta vez, el pueblo de juguete está en medio del campo, a 80 km de la ciudad de Salto, y esto le da un encanto especial. Consiste en cuatro piletas, tres hoteles, un camping a orillas del río Arapey, un mercado, un locutorio, una clínica, un museo militar y media docena de complejos de bungalows.

El que quiera pasar unos días a puro confort cuenta con el Arapey Thermal Resort & Spa, un 5 estrellas all inclusive. Tiene sus propias piletas termales, cubierta y descubierta, en un enorme parque sobre el río, excelente cocina internacional, recreación y cabalgatas; allí funciona el spa de la clínica Aslan, con todos los trucos para devolver la juventud (o al menos la tersura) en un fin de semana.

El pozo termal se descubrió en 1943; la construcción comenzó en 1946, y eso le imprime a todo el sitio un aire retro muy uruguayo. Las piletas se fueron construyendo a buena distancia unas de otras, entre los árboles y aprovechando las barrancas sobre el río; así, el lugar es amplio, y se parece más a un parque que a un club. La más antigua es la piscina semicubierta, remodelada recientemente. En los 60 se construyó la cubierta, en una suerte de invernadero lleno de plantas enormes; en los 70, la deportiva, con tres metros de profundidad y un tobogán alto; y en los 80, la solarium, con tres toboganes. Quedó una impronta art decó que se ve en el diseño de las baldosas y los bancos curvos; dos enormes murales del arquitecto Leopoldo Novoa agregan carácter y redondean el encanto de un balneario vintage. El vapor que se levanta del agua contribuye al aspecto fantasmal.

Quien quiera seguir el consejo médico y complementar los baños termales con caminatas suaves puede visitar el Museo Histórico Militar, y algo más allá, el bello puente ferroviario sobre el río Arapey, que recuerda que una vez hubo un tren que exportaba azúcar.

Agua caliente y diversión

Salto es la segunda ciudad del Uruguay. Sin embargo, mantiene un ritmo de pueblo en sus plazas y en las históricas barrancas sobre el río, por donde Artigas cruzó con su ejército. Se reivindica también como la capital termal del país.
Muy cerca, sobre el lago Salto Grande, está el hotel Horacio Quiroga y junto a él, el Parque Aquático, que conjuga las termas con el entretenimiento. Una de sus mayores atracciones es Playa Paraíso, una piscina con olas artificiales. Para los chicos hay vertiginosos toboganes curvos abiertos y cerrados, un castillo con chorros de agua y Río Aventura, para flotar en gomones. Los grandes prefieren La Cascada, que ofrece hidromasaje para hasta 30 personas a la vez, o Aguas Bravas, con reposeras subacuáticas debajo de duchas masajeadoras.

Otros 18 km al sur, pasando una rotonda, entramos en la avenida principal de Mundo Terma: parrillas, puestitos de artesanías y un sinfín de alojamientos, todos con la palabra aguas o terma en su nombre, hacen de Daymán el más bizarro de los complejos. Llegamos en un miércoles de llovizna y frío, y constatamos lo que dicen los salteños: en las termas siempre hay gente, con equipo matero y cámara de fotos. Todo está pintado de naranja, amarillo y verde; le da un tono infantil, como de calesita, a las piletas, dispuestas en una especie de gran camping forestado, con mesas y parrilleros aquí y allá. Por los altavoces se escucha una radio que alterna música con publicidades de la zona. Hay sombrillas de paja, perros que no ladran y guardavidas que controlan todo desde sus torretas. Las piletas –dos cubiertas, cinco descubiertas, de hasta 46°– tienen buena infraestructura; el conjunto es divertido, y recuerda las fotos familiares de los años 70. Al lado está Acuamanía, a puro tobogán gigante, que abre de septiembre a abril.

Al otro lado del río Daymán, a 4 km de las termas y en un entorno rural, se encuentra el Resort y Spa Los Naranjos. Vivir en este hotel 4 estrellas con cien hectáreas de parque propio, en el que se recorta un monte de tales árboles cítricos, compensa de tanta energía dicharachera. Afuera reina la placidez del campo abierto que anima el canto de los pájaros, tantos que inspiraron la construcción de un mirador para avistarlos. Adentro reinan el buen gusto y la calidad de los servicios, en la apreciable cocina de su restaurante, en el spa y las piscinas termales que dan al parque.

Caminos de Paysandú

Aunque Salto se lleve todo el crédito, esta localidad ubicada más al sur, tiene sus propias y muy interesantes opciones. Las Termas de Guaviyú son el complejo uruguayo más cercano a Buenos Aires, a 400 km. Están a orillas del arroyo Guaviyú, en el km 432 de la ruta 3; un verdadero entorno agreste, con el agregado del paisaje de palmeras Yatay (como en el vecino Palmar de Colón). El complejo es más moderno, con un amplio sector de piletas cerradas estrenado en 2005 y ocho abiertas, una dedicada exclusivamente a los chorros masajeadores (¡que están siempre ocupados!). Hay cabañas y un gran camping; también una pequeña área comercial donde comprar chajá, el imprescindible postre local.

Hay que cruzar la ruta para acceder a los bungalows de Villaggio Guaviyú y a su oferta de paseos por el monte y piscinas termales, con y sin techo. Es una buena opción para quien huye de las aglomeraciones.

La gira está a punto de terminar, pero queda la yapa: la histórica estancia La Paz, en el km 336 de la ruta 3. Fue fundada en 1857 por el inglés Richard Hughes, que revolucionó la agronomía uruguaya al introducir los alambrados. Él mismo mandó construir el casco, de estilo victoriano, y la Capilla del Buen Pastor, con vitrales que replican la capilla homónima en Liverpool.

Hoy la estancia está en manos de la familia Wyaux, de origen belga; en 1988, Anne Wyaux abrió las puertas al turismo. Por su ubicación, es el punto perfecto para hacer un alto en el camino si se viaja desde Argentina a Montevideo o a la costa uruguaya, y propone una fórmula imbatible: descanso y silencio de primera calidad.

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